En un estudio realizado este año por GAD3 a 8.600 estudiantes universitarios españoles, por primera vez leíamos que el 26,8% (33,7%, en el caso de los madrileños) tiene pensado crear un negocio o lo ha hecho ya, mientras que un 25% se ve trabajando en cualquier administración en el plazo de cinco años. El estudio también revela que la mayor dificultad para emprender es la falta de financiación, según el 75,5% de los encuestados, seguida por las trabas administrativas (31%) y la fiscalidad (21,9%).

Empresario en sentido económico se define por el profesor Sánchez Calero como “la persona que organiza la empresa, la dirige ejerciendo su autoridad sobre los que trabajan en ella y asume los riesgos que esa actividad implica en el sentido de que sus bienes o servicios sean o no aceptados por el mercado, generándose beneficios o pérdidas. En ese sentido, en la práctica se identifica el concepto de empresarios con el personal directivo de la empresa”.

España ha cerrado el primer semestre de 2016 con una deuda pública de 1.107.287 millones de euros, esta cifra supone que la deuda alcanzó el 100,90% del PIB en España, cantidad no fácil de abordar con un déficit público negativo en los últimos años. También añadir que las familias sumaban una deuda de 717.000 millones de euros en abril de 2016.

Las empresas y particulares que en su día adquirieron esas deudas deben afrontarlas, mientras que si las Instituciones no son capaces de asumir las suyas por decisiones a veces no siempre tomadas velando por el interés común, recurren también a las empresas y a los ciudadanos para sufragar dichas deudas.

En relación con esto hemos visto que el Estado tiene previsto subir las retenciones del Impuesto de Sociedades a las empresas para salvar el agujero del déficit de 6.000 millones, y así evitar el riesgo de la posible sanción a España desde Bruselas. A ello hay que sumar que, en estos momentos, las administraciones públicas adeudan millones de euros a los empresarios autónomos, lo que supone un testimonio claro de que hasta las pequeñas empresas están financiando al sector público.

Es cierta aquella doctrina keynesiana que dice que es casi imposible encontrar la eficiencia entre los gastos sociales e ingresos económicos, ya que el “Estado del Bienestar” así lo demanda, pero también creemos que una concatenación de decisiones políticas acertadas junto a la concienciación de que lo público no es gratuito, sino que lo paga quien trabaja, nos lleva a determinar que cuantas más empresas se creen y más personas trabajen menos nos tocará aportar a esa bien aceptada balanza desequilibrada.

Si observamos que en el Fondo de Reserva de la Seguridad Social (la hucha de las pensiones) quedan 24.207 millones de euros, una cantidad equivalente al 2,24% del Producto Interior Bruto, y a esto le añadimos los continuos estudios que alertan de la cantidad de puestos de trabajo que serán amortizados por la introducción de tecnología en los mismos, nos apoyamos más en la idea de fomentar e incentivar el emprendimiento.

Pero no por creer que la mejor política social es la creación de empleo defendemos todo tipo de empresario, propugnamos aquel que debe ser el prescriptor de comportamientos ejemplares y honorables que hagan del término merecedor de respeto y admiración.

Comportamientos éticos en todas las áreas de la empresa, con los colaboradores, con los clientes, con los proveedores, con la sociedad, con las obligaciones para con las Administraciones Públicas, con el medio ambiente, y con todo aquello que, como decía Nelson Mandela, nos haga dejar el mundo mejor que estaba…

En esta situación, se debería valorar más la iniciativa de quienes han superado situaciones adversas: personas capaces de arriesgar su patrimonio y crear empleo a partir de negocios rentables, rentabilidad que se extiende hacia el bienestar ciudadano a través de los impuestos que pagan.

Es obvio que en estos momentos un entorno con empresas creadoras de empleo constituye el mejor escenario soñado, pero para que haya empresas debe haber personas que arriesguen su dinero y su tiempo, y es ese tipo de persona a la que hay que buscar, motivar y apoyar. El término empresario no puede ser considerado en ningún foro como peyorativo. Es necesario hacer pedagogía y promover y extender de una vez la cultura de la actividad empresarial, y conseguir transmitir a la sociedad que quienes han sabido gestionar recursos económicos y han superado crisis ha sido por una gran cantidad de esfuerzo y sacrificio.

Las empresas y empresarios que participan día a día en todos los aspectos de la sociedad y que definen la cultura empresarial aglutinan valores tales como: responsabilidad, empatía, saber captar y motivar el mejor capital humano, regenerar la visión del negocio, valorar la importancia del conocimiento, la disciplina y objetividad a la hora de responder ante los compromisos adquiridos, saber tomar decisiones, saber que caerse está permitido pero que levantarse es obligatorio, entre otros muchos… En muchas ocasiones la empresa mantiene la sede social en el ámbito geográfico donde se originó; incluso hay casos en los que lo hacen en contra de los principios de gestión más elementales como costes de transporte, cualificación laboral, etc., por su compromiso y arraigo con la zona que les vio nacer y que quieren ver prosperar.

Quienes toman decisiones macroeconómicas deberían fomentar la figura del buen empresario y recordar aquel lema de las Cajas de ahorro confederadas que decía que “en tiempos difíciles recuerden que el diluvio también fue universal.”.

sebastian

Sebastián Acedo, Gerente de AMC.

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